Este tipo de esclavitud es una consecuencia de nuestro mundo caído, una vil distorsión del plan de Dios para las relaciones humanas
Como consejera en el área de Tanatalogía es frecuente encontrar mujeres que sienten que su vida es una esclavitud en el sentido literal de la palabra. Casadas o en unión libre, dicen experimentar una sensación que las ubica más en la posición de ser “objetos” y no mujeres viviendo la plenitud de una relación de pareja.
Aunque esos casos no se tipifican abiertamente, como “trata de personas” –que es un delito en México y muchas partes del mundo–, las mujeres experimentan las mismas cargas emocionales de ese sentimiento de esclavitud y de dominio que atentan contra la dignidad humana.
La trata de personas se reconoció como un problema social a finales del siglo XIX. Inicialmente se le denominó “trata de blancas”, concepto que se utilizaba para hacer referencia a la movilidad y comercio, fundamentalmente sexual, de mujeres con características anglosajonas, tanto europeas como americanas.
A pesar de la evolución del mundo, es grave que este delito siga creciendo y se haya convertido en un negocio que genera ganancias millonarias al haber una gran demanda, es por esta razón que los tratantes comenzaron a comercializar no sólo a mujeres blancas, si no a cualquier mujer, niña, niño y adolescente para cubrir con la demanda de sus consumidores.
Es por ello por lo que el término “trata de blancas” fue descartado al no visibilizar el problema que genera este delito y fue remplazado por “trata de personas” con fines de explotación sexual o bien laboral.
Que exista este tipo de manifestaciones sociales nos permite reflexionar, como cristianos y como ciudadanos, la manera en la cual se ha estigmatizado la figura de la mujer a lo largo de la historia, y cómo ha sido convertida en un objeto de satisfacción sexual, mercancía comercializada para la mano de obra, servidumbre a disposición de los patrones y matrimonio forzado.
A partir de ello, se han generado movimientos que buscan cambiar la percepción de la mujer, creada con base en estereotipos que han estado presentes a través del tiempo; esto ha logrado que la presencia de las mujeres en diversas esferas (que anteriormente estaban destinadas exclusivamente para los hombres), sea cada vez más fuerte; no obstante, la lucha sigue, forjando herramientas esenciales a través de la equidad para lograr igualdad entre hombres y mujeres.
Tal esclavitud tan repugnante es una consecuencia de nuestro mundo caído, una vil distorsión del plan de Dios para las relaciones humanas. Dios hizo de la vida en el Huerto del Edén un paraíso, pero el hombre pecó y ese pecado infecta nuestra cultura hoy.
Dios creó al hombre y a la mujer para ser compañeros, unidos entre ellos en una relación fiel y de por vida (Mateo 19:3–5; Efesios 5:22–33), pero la trata de personas está lejos de ese ideal.
Trafficking in persons, the backwardness of a society
This type of slavery is a consequence of our fallen world, a vile distortion of God’s plan for human relationships
As a counselor in the area of Tanatalogy, it is common to find women who feel that their life is slavery in the literal sense of the word. Married or in a free union, they say they experience a sensation that places them more in the position of being “objects” and not women living the fullness of a couple of relationships.
Although these cases are not openly typified as “human trafficking” – a crime in Mexico and many parts of the world – women experience the same emotional burdens of this feeling of slavery and domination that violate human dignity.
Human trafficking was recognized as a social problem at the end of the 19th century. Initially, it was called the “white slave trade,” a concept used to refer to the mobility and trade, mainly sexual, of women with European and American Anglo-Saxon characteristics.
Despite the world’s evolution, this crime continues to grow. It has become a business that generates millions of dollars in profits due to the high demand, which is why traffickers began to market not only white women but any woman, girl, boy and adolescent to meet the demand of their consumers.
That is why the term “white slave trade” was discarded because it did not make visible the problem generated by this crime and was replaced by “human trafficking” for sexual or labor exploitation.
This type of social manifestation allows us to reflect, as Christians and as citizens, on how women have been stigmatized throughout history and how they have been turned into objects of sexual satisfaction, commercialized merchandise for labor, and servitude at their disposal of employers and forced marriage.
From this, movements have been generated that seek to change the perception of women, created based on stereotypes that have been present throughout time; this has achieved that the presence of women in various spheres (which were previously intended exclusively for men) is increasingly stronger; however, the struggle continues, forging essential tools through equity to achieve equality between men and women.
Such revolting slavery is a consequence of our fallen world, a gross distortion of God’s plan for human relationships. God made life in the Garden of Eden a paradise, but man sinned, and that sin infects our culture today.
God created man and woman to be partners, joined together in a faithful, lifelong relationship (Matthew 19:3-5; Ephesians 5:22-33), but human trafficking falls far short of that ideal.