Una cuenta pendiente en nuestro tiempo, es terminar definitivamente con la discriminación hacia la mujer.
La noción de la supuesta inferioridad de las mujeres con respecto a los hombres es lo que apuntala esta nefasta actitud, que dicho sea de paso, es ostentada también por muchas de nosotras, quienes se ven a sí mismas como seres de menor valía.
Dios nos creó como perfectos complementos en todos los aspectos. El hombre y la mujer están diseñados para completarse mutuamente, sin embargo, las conveniencias socioculturales han obligado a las mujeres a renunciar a su grandeza en aras de cumplir el rol limitado que se le asigna por ser parte del “sexo débil”.
Durante siglos, la violencia, el dominio y el control han sido ejercidos contra la mujer para reducirla a una vida de actividad asistencial, sacrificando su propio propósito espiritual y sus talentos. Sin embargo, Jesucristo reivindicó a la mujer, la elevó a niveles de liderazgo e igualdad desafiando su época y su cultura.
A Magdalena la salvó del juicio y de la condenación social, la sanó espiritualmente liberándola de siete demonios (Lucas 8:2), al resucitar nuestro redentor se manifestó primero a Magdalena y la discipuló colocándola entre sus más destacados seguidores.
Así que mienten e ignoran los que afirman que el cristianismo es el culpable de la desigualdad y del maltrato hacia la mujer, pues en presencia de Jesucristo esto jamás sucedió.
Relegar a la mujer de las posiciones más importantes en todas las áreas de la actividad humana, ha sido el resultado de siglos de discriminación, de falta de reconocimiento a las tremendas aportaciones de una infinidad de mujeres que no se mencionan en la historia y del sometimiento a un modelo de vida creado por la sociedad misógina.
La ordenanza bíblica llama a la mujer a someterse al esposo (no al género masculino) estando el esposo sometido a Dios, para crear una estructura jerárquica espiritual que proteja y cubra a la familia, no para anular y aplastar la expresión del propósito que posee la mujer como individuo. Debemos rogar a Dios para que aumente nuestro discernimiento y que juntos como humanidad destruyamos este yugo que nos afecta a todos.
Discrimination against women
One of the pending issues of our time is to put a definitive end to discrimination against women.
The notion of the supposed inferiority of women with respect to men is what underpins this unfortunate attitude, which, by the way, is also held by many of us, who see ourselves as beings of lesser value.
God created us as perfect complements in all aspects. Men and women are designed to complete each other; however, sociocultural conveniences have forced women to renounce their greatness in order to fulfill the limited role assigned to them as part of the “weaker sex”.
For centuries, violence, domination and control have been exercised against women in order to reduce them to a life of care-giving activity, sacrificing their own spiritual purpose and talents. Jesus Christ, however, vindicated women, elevated them to levels of leadership and equality in defiance of their time and culture.
He saved Magdalene from judgment and social condemnation, he healed her spiritually by freeing her from seven demons (Luke 8:2), upon resurrection God manifested himself first to Magdalene and discipled her by placing her among his most prominent followers.
So they lie and ignore those who claim that Christianity is guilty of inequality and mistreatment of women, because in the presence of Jesus Christ this never happened.
Relegating women from the most important positions in all areas of human activity has been the result of centuries of discrimination, lack of recognition of the tremendous contributions of countless women who are not mentioned in history and submission to a model of life created by the misogynist society.
The biblical ordinance calls the woman to submit to the husband (not the male gender) while the husband submits to God, to create a spiritual hierarchical structure that protects and covers the family, not to nullify and crush the expression of the purpose that the woman possesses as an individual. We must pray to God to increase our discernment so that together as humanity we can destroy this yoke that affects us all.